QUEIROS3

Apuntes sobre el poder patriarcal, la cultura y las relaciones humanas por Jorge Luis Roncal

LA MUJER Y SU COMBATE DE CLASE Y POPULAR

En este tiempo, transcurrido ya casi un cuarto del siglo XXI, resulta difícil objetar, desde los argumentos, la vigencia del poder patriarcal, hermanado con el poder de clase, predominante durante no siglos sino milenios, como tampoco la igualmente milenaria resistencia frente a tal poder, por parte de la mujer, en un proceso que, por supuesto, se expresa con peculiaridades referentes a los rasgos propios de determinada comunidad o sociedad. Y si bien hoy, desde el plano de la superestructura -el pensamiento social, las letras y las artes, la batalla en el mundo de las imágenes- tal resistencia no solo se ha mantenido sino se ha potenciado, no es menos cierto que el poder patriarcal sigue siendo muy fuerte.

Conforme la resistencia a la opresión patriarcal por parte de la mujer se ha ido desplegando en un curso ascendente, al mismo tiempo que se incrementa la visibilización de tal resistencia y de su correspondiente rol social, cultural e histórico, el poder patriarcal y de clase, sin ningún rubor, ha ido sumando, a los factores violentos de tal ejercicio, otros instrumentos de abuso y predominio, que se sostienen con la poderosa armazón del poder económico y el Estado neoliberal, que no solamente encubren y juegan el rol de cómplices ante los efectos más abyectos de violencia física y sicológica, sino protegen a ese tejido de relaciones mañosas y mafiosas donde el macho con poder se ha enquistado: no solo el mundo de la cotidianidad “doméstica” en la ciudad y el campo, sino el mundo laboral, social y cultural, y como un río subterráneo y oscuro, despreciable, el mundo de las relaciones humanas, en el cual el imaginario que alimenta el poder patriarcal y de clase sobre la natural “superioridad” del macho sobre la mujer, como un poderoso telón de fondo, camuflado, subrepticio, entrenado en las trampas y maniobras más sucias, las normaliza y sustenta.

¿Acaso no se han normalizado las relaciones abusivas hasta el crimen que en el mundo laboral han confinado a la mujer a ser un elemento decorativo, un artificio estético, un simple brazo de ejecución? ¿Es un secreto que en una franja del mundo laboral, particularmente la administración del Estado y la empleocracia privada, además de la marginación y las puertas cerradas, la mujer debe cumplir con diligencia los verticales y sucios preceptos y formas de relación patriarcal a fin de conservar el empleo? ¿No es evidente el asqueroso concepto de superioridad que la inmensa mayoría de profesionales liberales -abogados, médicos, economistas, principalmente- han impuesto en el mundo laboral, para elevarse por encima de las trabajadoras y mediante el recurso del chantaje dar rienda suelta no solo al acoso sino a la abierta agresión sexual contra las jóvenes empleadas?

Es cierto que esta historia de predominio patriarcal hoy se va matizando con las conquistas en el plano legal -en nuestro país todavía muy pequeñas y, además, en muchos de los casos, impracticables por la consabida impunidad que se ha generalizado-, por la influencia del pensamiento de avanzada en el plano social -sobre todo el pensamiento marxista, el pensamiento libertario y el pensamiento feminista- y por el impulso de la acción directa que los destacamentos más elevados en conciencia y fraguados en la lucha popular propician en favor de la igualdad social de mujeres y varones. Con todo lo valioso de este curso de resistencia, es aún muy débil para pararse en el mismo plano y menos revertir el ejercicio del poder patriarcal.

Un aspecto evidente aunque no siempre procesado conscientemente por los y las protagonistas, mayoritariamente nublados por el poder ideológico dominante, es el que se da de manera cotidiana y, por supuesto, normalizada, en el universo cultural, particularmente del arte y las letras. Aquí se ha conjugado y se conjuga el macizo imaginario ideológico de superioridad que el poder patriarcal ejerce, sustenta y promueve, con los signos aparentemente inofensivos de los méritos o capacidades -reales o fabricados- de escritores y artistas, para edificar una estructura mental en donde la jerarquía intelectual no solo no se discute sino tiende un velo sobre el ejercicio mañoso -y con frecuencia mafioso- de tal superioridad. Entonces, se dan la mano, ya en el plano de los gestos -forma en que se expresan las relaciones humanas-, la subordinación ante tal supuesta jerarquía, la tendencia a la reverencia y la idolatría, el consentimiento al irrespeto -casi siempre inconsciente, por normalizado- y la consecuente ausencia de crítica.

Es sabido que el arsenal de recursos de dominación cultural se nutre de una permanente -por supuesto arbitraria, caprichosa, y acorde generalmente con el canon hegemónico en el arte y las letras- diferenciación entre las calidades de la producción intelectual, principalmente en la creación artística y literaria, diferenciación que normaliza y convalida estratos, peldaños, que se expresan en un “natural” ejercicio de la admiración hacia el genio o el talento personal, perdiendo de vista que quienes desarrollan una práctica de creación artística y literaria son apenas depositarios de la inmensa riqueza y sabiduría colectiva de la humanidad, lo que no invalida los aportes y huellas de enriquecimiento, desde la creación individual, de dicho caudal, y pasando de largo, además, sobre un hecho irrefutable: el ejercicio literario o artístico es apenas una de las dimensiones que integran la conducta humana. Con todo lo profundo, elevado, renovador e insurgente de la creación poética vallejiana, ¿esta existiría sin Melgar y González Prada, sin la notable tradición poética en lenguas originarias, o en un plano más general, sin la inmensa tradición poética universal en nuestra lengua?

Es sobre esta base de jerarquía, diferenciación y casi ausencia de crítica, que se erige un permanente ejercicio del ascenso social, se desboca la vanidad personal, se multiplican las complicidades -explícitas o implícitas- con el poder económico, cultural y político, en algunos casos protagonizado por quienes, desde el universo femenino, cuestionan precisamente de palabra tal forma de opresión. Dicho ejercicio se expresa en una versión caricaturesca, llena de frivolidad, de las “calidades” artísticas y literarias en una -literal- fábrica de méritos, y se practica sobre todo desde la orilla de la mediocridad en la creación y la irrefrenable como absurda ambición de gloria, fama, reconocimiento.

Pero también, desde el poder patriarcal, se manifiesta en una versión sostenida por una reconocida calidad en la creación artística y literaria, pero instrumentada para someter hasta la subordinación a quienes, supuestamente, están por debajo de tal nivel. Así, de manera casi imperceptible, tienden a desaparecer el espíritu crítico, la mirada inquisidora y vital sobre las jerarquías impuestas, las necesarias dudas y sospechas sobre los méritos, y la agudeza necesaria para distinguir, y separar, los niveles en la producción intelectual de las calidades humanas y sociales. Y entonces se difuminan las fronteras entre las expresiones de cordialidad y las de asedio, e incluso de sutil violencia sicológica, y se levantan las vigas invisibles pero perniciosas de la justificación de los desmanes y excesos, de los caprichos, de esa despreciable “hoguera” de las vanidades, cuanto más fina más peligrosa.

Entonces, la resistencia y la crítica frontal a la dominación patriarcal, que es un discurso del poder -del poder de clase-, y en general a las expresiones de jerarquía y superioridad intelectual, por ejemplo, el poner en cuestión la “autoridad” de los sumos pontífices del universo literario y artístico que establecen en dónde está la calidad y en dónde la ausencia de esta, son con frecuencia tildadas de “envidia”, de “mezquindad”, de ausencia de reconocimiento a lo valioso y trascendente, y llevadas al plano de la ojeriza, sobre todo desde el mundo de la mediocridad y la sed de protagonismo. Y en el espacio de la vida intelectual, son vistas como sinónimo o expresión de inmadurez, de inseguridad, de limitaciones académicas. Con distintas formas y desde diversos ángulos, se apuntala la configuración de un poder que santifica las jerarquías de la creación artística y literaria y, con ellas, el clasismo, la diferenciación social y cultural.

Aquí, en un plano más profundo, se edifican todas las formas de perversión de los sentimientos humanos, definidos estos por una base de inexistencia de pretensión de poder -cualquiera que sea-, de ausencia de intereses subalternos, y en contraparte por una voluntad para compartir y extender los lazos y huellas más altas de la nobleza humana. Formas de perversión que atropellan, vulneran, invaden, en suma, ejercen violencia abierta o encubierta contra la integridad de las mujeres, principalmente de quienes proceden de los sectores populares. Discurso del poder y estrategia de dominación a los cuales solo es posible responder desde el ejercicio de la disidencia y el pensamiento crítico, y su proyección, la organización y combate de clase y popular, hoy por frenar la arremetida fascista de la dictadura y conquistar nuestros derechos, y mañana por transformar en sentido histórico las podridas estructuras de la sociedad.

Jorge Luis Roncal

Gremio de Escritores del Perú

Grupo Editorial Arteidea Perú

Movimiento Cultural Lima Norte

Óleos de las maestras del arte pictórico nacional Fanny Palacios y Sonia Estrada.

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